...el detalle, el suspiro...

viernes, 20 de febrero de 2009

Capitulo3

3

…ataremos bandadas de gorriones a nuestras muñecas huiremos lejos de aquí…

Despertaba en medio de un inmenso mar. Era de noche y hacia muchísimo frio. Todo a mí alrededor era agua y oscuridad. Gotas oscuras debajo de la luna. Sentí miedo: miraba a todos lados y solo veía más agua y más oscuridad. Un leve susurro de viento acaricio mi espalda desnuda, poniéndome los pelos como escarpias en medio de una piel que parecía un flan. Hasta entonces no me había parado a descubrir que únicamente yo estaba allí, que la luna hacia brillar mi pelo corto de color avellana y que el océano de mi alrededor hacia que me sintiera temeroso, pequeño e indefenso. Mire al cielo inspeccionándolo todo, esperando descubrir algo mas aparte de mí ser y de la ligera brisa que había a mí alrededor. Hacía que sintiese la soledad. Era raro, nunca me había sentido tan solo en la vida. El reflejo de la luna me invitaba a pensar que había más seres moviéndose debajo de su luz, debajo de las grandes ondas que danzaban en la mar. Pero no, todo era producto de mi imaginación.
-Maldita cabeza mía –dije con una voz que no reconocía propia, mucho más gélida, mucho más aguda, mientras me daba un suave golpe en la cabeza, como había visto hacer a mi padre solo unos días atrás, cuando leía una factura de la luz. Creo que incluso solo la oí en mi cabeza, que por más que las articulara no emitía sonido alguno.
Me encontraba allí, sentado sobre una pequeña roca en medio del océano, con aquel pijama de rayas verde claro verde oscuro que tanto le gustaba a mi madre, con unos calcetines roídos que había cosido mi abuela las pasadas navidades, y una sensación de vacío y solidad como nunca antes había sentido en mis cinco años de edad. Nunca antes.

Y entonces lo vi. Un gran faro pintado de la misma manera que mi pijama se alzaba en lo alto gobernándolo todo, como un gigante a la espera, como un gran molino desafiante. Su luz, al pasar, iluminaba mi rostro y me cegaba durante unos instantes. Parecía la esperanza reflejada en un gran foco dentro de la más oscura de las noches, a la espera de algún joven ingenuo que al pasar por allí se dispusiera a alcanzarla. Era cilíndrico e iba adelgazando conforme iba subiendo en altura, hasta quedar con un diámetro de unos cinco metros, desde los veinte iníciales. Se levantaba directamente desde el mar, erguido como un guerrero la espera de su enemigo, o como un padre a la espera de un hijo perdido que vuelve a casa. Estaba rodeado completamente por una escalera en forma de espiral negra que llegaba hasta el final del cilindro, donde una especie de esfera perfecta giraba sobre si misma albergando en su interior el faro, que iluminaba todo lo que alcanzaba a su vista, como un gran ojo observador, un guardián de aquel inmenso lago perdido en el tiempo y en la realidad, aparecido por obra de miles de personas que en su subconsciente lo habían ido fabricando, poco a poco, a lo largo de las generaciones, como una respuesta a la búsqueda de un sitio para evadirse, de una ciudad perdida donde pudieran reposar y , sobre todo, pensar, pensar en sí mismos, por una vez.

No le podía quitar ojo de encima, al contrario que el, que si me había pasado de largo y había continuado su eterna búsqueda de personas que deseaban encontrar puerto.
-¡¡Sií!! ¡ESO ES! ¡Debe de ser un puerto!- dije un poco esperanzado, creyendo que la luz del faro había conseguido hacer su debido efecto sobre mí.

Pero la segunda ves qque el faro poso su luz sobre mí esta no continuo. Me cegaba tanto que tuve que llevarme las manos a la cara y cerrar los ojos para que no me hiciera daño, pero esta luz ardía, ardía como el fuego y comenzó a producirme dolor en la piel. No sabía lo que hacer, sentía que me observaba, como si fuera un intruso. Me tire al suelo y me encogí sobre mismo, aterrado, sintiendo si todo el mundo me observara y esperara un movimiento mío para acusarme, y yo, creyendo que si no los veía, ellos tampoco me verían a mí. Cada vez dolía mas, no me dejaba moverme, apretaba mis dedos sobre mi piel tanto que creía que comenzaban a salir unas pequeñas gotitas de sangre sobre mi incolora superficie. Quemaba, quemaba tanto, que por un momento pensé que no podría salir de aquello nunca. Sentía como si mis pestañas comenzaran a prender, la luz a mi alrededor hacia que pareciese que estaba en el mismísimo infierno, aunque yo, en todo momento me mantuviese con los ojos cerrados. Sentía como mi estomago se encogía, como en mi pijama comenzaban a aparecer diminutos agujeros hechos como si miles de diminutas colillas me atacasen sin darme lugar a tregua. Fuego, todo ardía, todo prendía, todo quemaba.

Silencio.

De repente todo paró. El faro se apago. La luz se extinguió. Mi vi inmerso en la oscuridad de un lugar que apenas había tenido cinco minutos para descubrir, que el tiempo, lanzándome una sucia jugarreta, postro durante un corto periodo de tiempo a mis ojos, y ahora, acariciándose las manos por ver mi desosiego, acongojo y frustración , posaba una sonrisa triunfal, viendo lo magnifico que había salido el plan que durante siglos había trazado, que durante milenios maquinó para que un joven ingenuo, simplon y poco avispado como yo cayera en la trampa mortal que estaba juzgando a mi azar. Tan solo sabía ciertamente que no tenia escapatoria, que hiciese lo que hiciese no podría huir de la pequeña isla sin palmera que forjaba mi prisión natural, mi pequeño, sencillo y a la vez aterrador Alcatraz. La celda de castigo de miles de monjes que, siendo juzgados por sus pecados, habían tenido que conjeturar oraciones e inventarse salmos para miles de dioses, que siendo de todos y de nadie, les impusieron penitencia por adorar a uno y a otro, y ,si no, al de mas allá. Sujetando fuertemente mis barrotes de arena, presionaba fuertemente mi espesa mente para que encontrara una solución a lo que poco a poco se iba albergando en mi mente: miedo, desesperanza…locura.

-Tengo que ser fuerte- me repetía una y otra vez, intentando engañarme a mi mismo.- ¡¡¿¿Qué hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago??!!

Me tiré en la arena y decidí esperar un final a aquella agonía. Miraba muy fijamente al cielo, aunque, por supuesto, sin divisar ni un atisbo de luz ni de forma, ni de materia ni de pensamiento, de rebeldía o de sabor, de olor o de dolor. Solo se escuchaba la brisa. Me empezaba a cansar, me comenzaba a parecer un poco estresante todo aquello. Sinceramente, aquello no se lo deseaba a nadie, me parecía el mayor de los genocidios para el pensamiento humano, la mayor de las tormentas para la moral en formación.
­-Joder, joder, joder, joder, joder, jooooder…- sentía como las orejas comenzaban a ponerse coloradas, como cada vez que no podía salirme con la mía, y de impotencia reventaba, y de repente chillé- ¡¡ESTOY COMENZANDO A HARTARME DE TODO ESTO!!

Pareció que como respuesta a mi salmo injurioso el mismo cielo se despertara, que la luna huyó hacia otro lugar tan prostituta como siempre, y en su lugar apareció un sol caribeño que despojo de su trono al faro, quitándole toda la siniestralidad al lugar, alegrándome un poco mi instancia en aquel lugar. Tembló la tierra, el mar se retiro, se creó un gran abismo entre mi y la fortaleza del faro, un abismo en el cual se descubría todo lo antes oculto por las olas. Un gran laberinto bajo mis pies, como si estuviera en la azotea de mi edificio, en la quinta planta, observaba el pintoresco suceso. Mientras el sol corría por encima de mí, las horas pasaban cual conejo a la carrera. Las nubes se movían aun mas rápido, huyendo. La elipse del sol, de este a oeste cada vez, estaba más clara, corriendo, hasta que el dia pasó en cuestión de unos cinco minutos, y a este le sucedió la noche, que huyo al igual al cabo de cinco minutos, mandándome la luna unos besillos con cara de guasa. Riéndose de mí los elementos. Y así se sucedieron las horas, viendo como se revolucionaba aquello tan temeroso, tan escurridizo, tan chivato como era el tiempo, mirándolo de frente y jugando conmigo en mi mente, ganándome todas las partidas. Descubrí algo a mi vera. Hasta entonces no me había dado cuenta de lo que estaba escondido a mi lado, justo a mis pies, colgando de la torre en la que se había convertido mi islita.

Era un camino, sin duda. Pero había un problema, que no sabía muy bien cómo solucionar. Me metía directamente a la boca del laberinto, y aunque este me llevaba al lado en el que se encontraba el faro, tendría que atravesarlo, cosa ardua para mi pequeñita mente.

-¿Que hago, si no tengo veleta que me guie?

Y allí sentado pasaban las horas pensando. Mientras los factores climáticos seguían jugando conmigo, lloviendo, nevando, haciendo calor ecuatorial… pasando los días y las noches a la velocidad de una ducha, mostrándome lo importante y efímero que era…

Yo seguía, cuando me lo permitían las nubes, observando mí alrededor. La escalera era de cuerda, con tablones de una madera bastante clara. El laberinto recordaba a los antiguos griegos, con paredes en piedra gruesa, infranqueables. Por las noches se me antojaba ver una pequeña lucecilla a lo lejos, dentro del laberinto. Era extraña, ni temerosa ni esperanzadora, pero extraña.
La séptima noche era ya. Me daba tanto miedo adentrarme en el laberinto que todavía no me lo había ni planteado. Cuando la luna se hallaba en su punto de máxima iluminación, completamente llena, las nubes volvieron a su velocidad normal, después de siete días y siete noches el tiempo se realentizó, parecía que me intentaba dar tregua. Todo paro, se adormeció el tiempo y sus juegos, volvían a durar los minutos sesenta segundos, y las horas sesenta minutos. Pero ahora la sensación era atemorizadora. Otra vez como al principio, yo solo, cara a cara con la noche, con la oscuridad, con la luna. En lo alto de una torre de cinco pisos me enfrentaba conmigo mismo. Me ponían a prueba. Entonces el faro salió de su letargo, la luz se encendió, de espaldas a mí, pero encendida. Y comenzó a girar. Yo ya sabía de lo que era capaz, así que me escondí detrás de un pequeño castillo de arena, jugando con enfrentarme a ella, intentando resguardarme de su luz reveladora. Me metí en mi fuerte y cerré con llave. De espaldas a la realidad contemplaba el bonito y tranquilo océano, creyendo que nunca me encontrarían fuera, siendo feliz en mi ignorancia. Y aun así veía acercarse la luz, asquerosa y sucia luz que me haría mostrarme desnudo ante mi enemigo personificado en el tiempo de aquel orgiástico, lujurioso, a la vez que rencoroso y melancólico lugar.

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