...el detalle, el suspiro...

sábado, 26 de diciembre de 2009

Soneto VI


A las calles ciegas, mudas, de París,

Culpables de no sabernos retener,

Escribo, hablándoles de merced

Un soneto, mil aguas, que sentí


En un sueño, quizás, te descubrí,

Soñando, quizás, rebelde te amé

Escribiendo “entonces”, te aguardé

Y aún espero aunque, ya, te perdí.


Olvidar el mar, que, a veces, escuchó

Olvidar volar, y quedar en tierra

Olvidarte a ti y olvidar el tiempo


Para sentirte cerca al decirte amor

Y elevarnos altos, dejar la arena

Tú conmigo y el destino ahogado.

Soneto V


Sangre, mátame y dime que no sangre,

muérdeme y siénteme blanco marfil,

que de tu boca me llevaré el perfil

sin sentirlo, pues siento no matarte.


Tiempos, someterme a vuestro estandarte,

obligadme y podré así sentir,

mas te negaré, que hace tiempo vi

tu rango de asesino denigrante.


Déjame bajo tierra seca atado,

alimento para el ave rapaz,

cual negro pasto de tu negro verso.


Cansado mártir en monte arraigado,

desplumado de razón pertinaz,

y del viejo halo de oscuro beso.

martes, 22 de diciembre de 2009

SONETO IV


Dos lámparas queman el negro incienso,
dos historias, diente viejo, viejo vals,
baile ahogado, tierra seca y el mar,
gorra verde, verdes versos y confieso.

Cielo blanco, llora tierra, mi verso,
llora nieve y el blanco océano. Mirar.
Tus miradas dan silencio y no más,
suaves pasos, tu tan viva, yo muerto.

Pluma negra, me callabas, me callé,
de caricias hace tiempo me separas
con tu humo, con tu tiempo, sin café.

Sin la vida de árboles, tus miradas
construí, con dos hojas. Así te creé.
No hay labios, ni estúpidas palabras.

Negro manto blanco


Bajo un negro manto blanco
el sol pierde su cordura
de rayos grises tiritando,
de alfombras blancas, fría noche
escondida.

Bajo un negro manto blanco
de grises puertas,
de negras vías.
Sus aceras mojadas gritan:
-¡escondida!

Bajo un negro manto blanco
se deshacen las estrellas,
el niño mata
sus problemas cuando
moría.

Bajo el cielo negro blanco
se oyen campanas
que tiritan,
pájaros que vomitan
su sangre, que salpica

Voces callan con el viento
bajo el negro manto blanco.
Aceras sometidas
a un crucero
por los muertos
de barro.

Almas se ahogan con mi espuma
de mi espuma
paranoide viscerada,
no dan señales que apunten
señaladas direcciones.

Donde el frío me resguarda
no se sienten
ya las máscaras.
No me mires esta cara
negra blanca, de mortaja.

Bajo el cielo negro blanco
y la blanca calle negra,
un poeta, blanco desnudo,
con la negra y fría escarcha,
muere helado,
dulce pena.
14-12

domingo, 20 de diciembre de 2009

Si no te sé decir...


No me disculpes

si no te sé decir,

como un pájaro:

-Vuelve a la alcoba,

a la torre,

al balcón,

a mi vida,

si cuento las horas.


No prometo nada,

ni te aseguro algo.

No te quedes callada

si te miro

y paso,

al reír,

al hablar,

o al cantar,

y me duele el alma.


La luna no te daría,

no la tengo.

Te daría todo lo que tuviera,

no algo más.

Más no,

más nada,

más quilates,

más amor.

Te los daría si cupiese


Ríe y sonríe, Bella,

que tus lágrimas me acongojan.

Escribe callada,

escucha tiernamente,

tu sonrisa dulce,

mis notas,

tus miradas,

una escapada,

nuestras caricias.


El tiempo me las roba

y me hace esperar.

Es la distancia,

la más larga.

Más que las noches

vacías,

mudas,

de oro.


No prometo,

no hablo,

no escribo ni miento.

Disculpa mi silencio.

Para mí

cruento.

Para ti

¿Quién sabe?


No grites callada

que no te puedo oír,

mas cuanto quisiera

del comienzo de tus letras,

del compás,

del corazón,

y de tus pasos.


Como una balada,

no la puedes ver,

ni escuchar.

Lo siento,

pero lo sientes,

cada instante

cazando rumores,

silbidos

al viento.


De este modo

triste, mi Bella,

lanzo mi sentir,

flecha ciega

de destino mudo.

Mar de tierra

y ¿Qué es?


Mas nada sé

¡oh, tierna dama

de cristal rojo!

Más nada sé.

¿Tu sabes?

El tiempo nos escucha

y, quizás,

nadie más.


Mas nada sé.

Ni podría saber

que pasos anda la vida

que caminos

escogen los senderos,

que paisajes

reciben tus miradas,

o de que río

bebes su agua.


Y yo nada sé,

Corazón de terciopelo

Perfume,

y delicada esencia,

jazmín

con otoño en flor.

Estrella de madrugada

el tiempo escucha

separa,

calla

y nos mata.


Lento,

muy lento,

como se alarga éste

al no saber

lo que separa,

pues, de saberlo

¡oh, lánguido!

no lo separaría.


De este modo,

Triste, mi Bella,

silbando,

lanzo mi sentir,

flecha ciega,

de destino mudo,

mar de tierra

y ¿Qué es?


Mas nada sé

de tus pasos.

El tiempo,

triste, mi Bella,

espero que escuche

y acorte sus horas.

Mas nada sé

de la noche

y tu eres estrella.

15-12 01:08

lunes, 14 de diciembre de 2009

Por Antonio Machado

Aunque un poco tarde, ahí va mi pequeño homenaje al magnífico.

POR TIERRAS DE ESPAÑA
El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.

martes, 1 de diciembre de 2009


Dime dónde estás,
porque intento sonreírte y tu no me ves,
por qué al cruzar la calle
las miradas no miran los coches,
ni miran el suelo, ni el cielo,
que grita aullando tus miradas.

Dime donde estas,
cual fue el momento en el que te perdí
para siempre, sin más.
Cual fue la razón para mirar
el telón que se ponía entre nosotros
mientras el público lloraba triste,
al otro lado.

Mándame una carta,
una vez más, para oírte sin que te calle el viento,
y no beber ahora el veneno
que la sin razón a traído a mis manos,
para saber si tu morirías
a mi lado, cual Julieta.

Mándame una carta,
escribe en ella tus plegarias y la llevaré al cielo conmigo.
Vuelve a tu ventana callada
a leer el guión de nuestra obra,
sin la que jamás yo hubiera existido.
Asestas la puñalada final
si sientas el camino.

Y, ahora, olvidémoslo todo,
las promesas y los remos, las tareas del hogar,
que reían por ti sin rutina.
Olvidemos el sonido del mar, y las olas,
tus manos aladas y mis alas,
las que saltan las elevadas murallas,
bajo peligro de muerte, por hablar.

Olvidémoslo todo,
y arranquemos nuestras plumas una a una,
sin miedo, sin pudor.
Descansemos de la vida y del amor,
despojándonos del alma,
del tiempo y de huidas.

Dime dónde estás,
que no tengo fuerza ni alma para olvidarte,
ni olfato para no oler,
ni tacto para no mirarte,
El destierro de ésta vida me guiará,
si el manto de la noche no nos cubre.

He de morir si lo quieres,
y no prorrogar mi muerte sin tener tu amor,
Dime dónde estás luna inmutable
y el manto de la noche nos cubrirá.
Pero sé que ya no hay cartas,
el olvido no me acecha
y en el cielo no hay estrellas.

Los cipreses me han de proteger
para que en estas calles
la desdicha no gobierne la dicha
el amor no rompa los sagrados lazos del honor
el sol no se vuelva luna
ni mi corazón te rece más una oración

Dime dónde estás Olvido.

martes, 17 de noviembre de 2009

-Cuando me haya marchado...ponga otro café, y déjele esta nota.

...existen momentos invisible en los que podemos vencerlo todo. Esos momentos se situan cuando el tiempo no existe, en el instante en el que la aguja del reloj salta de un segundo al siguiente...
Viajo descalzo, por caminos de nadie.
Melancolía se llama mi caballo,
pero ya está cansado y me ha dejado solo.

Sigo a pie aunque el destino esté lejos,
pues busco sólo una sombra
que alegre mis melodías.

La ciudad no me esconde.
Un llanto sudoroso
me aleja de los paisajes,
de los puentes
que me separan de casa
y de tu balcón.
Sin espíritu de cruzada
he de llorar por campos de ortigas.

Dime si olvidaste mi nombre,
si una ventana interminable
me proyecta contra el cielo.

Contra un cielo
que se aleja de mi hogar,
en la acera salvaje.

Tu mirada estará lejos,
visitara otras ciudades,
otros puertos, otras verdades

Pero no sé cómo suena tu voz
y aunque te escuche no te hayo,
no tengo siquiera una señal.

No canto a las nubes
porque ellas no me responden,
porque el café solitario de la mesa
olvidó su temperatura.

Y el alquitrán que inundaba el corazón
no recuerda de donde proviene

Me pediste un salmo, una oración,
me pediste su modo,
pero yo era demasiado imbécil
y el tiempo era una distancia demasiado larga.

Creí saber qué debería responder,
pero también olvidé eso.
También olvido las respuestas,
y ahora las preguntas me abordan.
Ahora, no hayo ni una sola contestación,
el silencio me tiñe y el amor me mata.

Miro alrededor, y un viento ficticio
me dice que nada es real,
y, aunque no lo sea, lloro
porque tu estás tan lejos,
yo estoy demasiado cerca.

Todavía huele a roto en las aceras
y los charcos saben a pronto.

Me preocupa el bienestar de las gotas,
su superficie enturbiada.
Me disgusta el serio camino de los claveles,
la noche eterna de la ciudad.
Lástima que mi vida no exista,
tus manos no estén,
y el café olvide su temperatura.

Debería siquiera galopar
por la ladera que cuida Caronte,
pues tan muertas como yo,
Como yo tan muertas están sus plantas,
sus colinas, sus montañas.
Pero los bolis ya no escriben
ni la pluma vuela por el papel.

Te he olvidado, te he olvidado
como se olvida un café encima de la mesa.
Lo pedí mientras estabas ausente,
lejos de mi mundo, lejos de mí,
Y lo pedí para que pudieras tomarlo, sin mí,
de esa manera te he olvidado.

Y de esa manera tú habrás descubierto
El silencio inestable de la noche, que sigo sufriendo.
Aunque no esté, la luna sabe donde vivo,
y en mi puerta, sin código, podrás dejar un mensaje.
Bórralo al escribirlo e insértalo bajo la puerta,
yo estaré en el infierno, con Dante.

El mundo gira olvidado,
las vanguardias me asolan destrozadas,
el teatro suspira milagros…
Pero yo me siento alienado
del mundo que deseé habitar,
porque olvide el ritmo de los versos,
porque no se escribirte y decir maravillas,
porque el tiempo te separa de la realidad.

Y el sueño y la ficción,
que conviven con las grietas de mi piel,
no ayudan a deambular solitario por el mundo,
pues, trágicamente, descubrí que eran falsos,
como la gente que me saluda en la calle,
como el perro que me ladra,
solo me acojo a una verdad.

Pero rezaría por no saber nada,
y respirar el olor de los charcos mojados
sin saber que guiñan sus ojos,
para saborear el color de los arboles,
sin saber que yacían muertos sin ti.
Crea un código tras la puerta sin número,
y borra allí todos los te quiero que sólo yo entendí.

Derrótame en esta lucha,
pues sin ser no puedo ganar nada,
y no ser me ha descubierto desnudo,
en la calle.
Tu mirada no me grita,
pero mi mundo tampoco gira,
y el sol, ha parado.
Llévame donde descubra el mar
tras las ventanas,
y vea que los largos caminos
se recorrieron.

Yo, mi musa, paseo por tus calles,
vacio y entregándotelo todo,
pero ya no se escribir,
y, el cielo, está demasiado lejos.
Me despido, arrancaré las hojas
de los arbores, utilizaré las nubes,
Pero todo será para tu deleite,
Echaré en falta lo que nunca tuve.

No quemaré los grandes edificios
Porque la gente no me esconde
No hay angustia sin arrastrarme
Algunas veces vuelo
Pero pronto caigo, y patrullo
Patrullo las esquinas, por si,
Algún día, al girarlas,
Yo giré con ellas

El tiempo es tan largo,
tú estás tan lejos, y la vía es…tan…
La vida es tan corta,
las miradas tan estrellas,
y la putrefacción del aire…
…va tan rápida

Tendré que dejar abierto
por si me visitan,
sin el tiempo ralentizado,
que convierte, ante ti,
Los segundos en horas.

La ciudad no me esconde,
ni mi espíritu me encuentra.
El calor no me mata,
aunque las horas no mueran
Los puentes se sitúan tan lejos,
el cielo tan arriba.
y yo tengo tan poco que regalarte…
que todo es insuficiente.


...tras el tiempo, la realidad y la ficción, el mar, y todos los astros. Donde el sol no gira, y las noches son eternas...

miércoles, 28 de octubre de 2009

Pequeña canción en prosa...to fix...


Las luces me guiarán a casa...Mientras, las lágrimas caen por mi rostro, cuando me siento tan eufórico y tan triste de nuevo, y mis huesos están apagados. Y me siento tan cansado y sin poder dormir, porque el camino todavía es largo, y estoy atascado, sin reserva. Y, mientras, las lágrimas siguen acariciando mi rostro, porque perdí algo que nunca tuve, y me siento cansado y sin dormir, porque mis huesos están apagados. Amo algo, y pienso, que las luces me acercarán a casa, y encenderán mis huesos… pero nunca sabré lo que soy si nunca conozco e intento, y me siento tan… raro, sin tener, siquiera, todavía unas luces que me guíen, mientras me siento tan eufórico o tan triste y cansado.
Y yo intentaré…salir corriendo, correr, y acercarme a ti, y repararte, y repararme, y girar en mis manos todas las luces del mundo, derribar el sol, y hacerlo una pequeña bola a tu lado, con lagrimas que caen por nuestros rostros, y un comienzo eterno que gira a nuestro alrededor. Te prometo que aprenderé, a secar todas las lágrimas del pasado, y crear nuevos universos y estrellas, porque todas nos miraran, tras los rostros agotados de la carrera, y la sonrisa del final. Será entonces cuando sepa que las luces me han guiado a casa y han encendido mis huesos.

Disculpas.


Ya no sé escribirte, lo siento.
Hazme callar, hazme callar,
con un susurro de tus labios,
con tu vestido rojo.
Ya no sé escribirte, no sé,
Porque pudiera escribir tanto

Miénteme entonces, y dime,
dime que no hable en plural,
que necesitas las palabras.

Ya no sé escribirte, lo siento.
Dame tu mano incolora
y acepta mis disculpas,
sin abrir los ojos, con un susurro,
sonriendo, sin tiempo.

Solo sé parpadear, si pasas a mi lado,
no sé saludarte, ni sé escribirte.
Pero discúlpame, con tu vestido,
rojo, de noche, con el frio entrando
Recostados en una alcoba
que no esconde la multitud.

No seguiré, pues estas palabras
no sé narrarlas, no sé.
Las que no se decirte, los versos,
mis versos, no son míos, solo son tuyos.
Acógelos, y discúlpame.

jueves, 22 de octubre de 2009

Desde lejos, donde llueve...



En mi vida, todos los minutos que pasan lloran.
En ella todas las preguntas sin respuestas tiemblan.
El mar le grita al viento,
las aves le gritan al mar,
el viento les grita a las aves.

En mi vida todos los minutos que lloran pasan.
En ella los perfúmenes no rondan mi cabeza,
ni mi cabeza ronda tus perfúmenes,
ni el sueño me despierta temprano,
ni las madrugadas me quitan el sueño.

En mi vida no hay minutos,
ni tiempo de buscarlos, ni gritos,
ni lloros, ni aves, ni mar,
ni colchones desgastados,
ni camas desechas.

En mí, no estás tú, ni siquiera yo.
No hay cara o cruz en las monedas.
No hay monedas siquiera.
El río no se lleva las olas,
ni las olas se llevan tu voz

En mis últimas noches la luna se olvido de salir.
Tú te olvidaste de venir,
la puerta se olvido de cerrar,
las llaves de abrir,
yo me olvide de amar.

Ni tan siquiera nos dimos cuenta
de las ganas de quemarlo todo
De el control del fuego.
Del tiempo ardiendo.
De la ceniza volando.

En nuestra vida si hay minutos que lloran al pasar.
Y tiempo que ya perdió la cuenta.
Hay aves y mar tras los balcones,
pero no existen las llaves para entrar,
ni existe una senda que por las praderas se deshaga

En la vida hay redes encima de los caballos.
Y sonido de céfiros que golpea en mis cristales.
Hay agua que cae del cielo compadeciéndose.
Hay compadecidos que no saben amar.
Hay calor que no sabe quemar.

Existen los Atila que arrasan la hierba,
la hierba que crece en nuestros salones,
los salones que no albergan,
los ríos que no lloran,
las aguas que no mojan.

El momento de perder ya pasó
no hay momento que tras momento se repita,
no hay romance ni hay amor,
ni existe el tiempo ni el reloj.
No estás tú tras ninguna ventana

No te consigo ver, ni en la acera,
no te consigo ver, ni en el tejado,
no te consigo ver, ni en mis versos,
no te consigo ver, ni a mi lado,
ni me puedo ver, vivo y enterrado.

Levántate para gritar por el bosque
lo que la dama de blanco se llevó,
lo que el flautista no te supo cantar,
lo que la flauta no te supo llevar,
lo que la reina de mayo te quitó.

En mi vida no hay tiempo para los minutos.
Ni lloros en las lágrimas, ni amor.
El mar no le grita a mis paredes,
y mis paredes ya no me pueden escuchar,
la saliva ya cae de la lluvia,
mis papeles ya se ven en los arboles,
con la voz que no puede gritar,
ni cantarte, ni volver a escribirte.

Cuando el tiempo me cansa y los minutos se vuelan
no puedo dejar de escribir en la pared
Cuando el tiempo se cansa, no dejo mi alma
Cuando los minutos se vuelan, las paredes me escuchan
mi aburrido himno, que aburre

El camino de que el compadecido deje de compadecerte
Y que los puentes se vuelvan a cruzar a caballo
Que yo te vuelva a ver con vaqueros,
Y mi mirada no se emborrone por la noche
Desde lejos

Desde lejos no existe lo real,
ni lo imaginario.
Desde lejos no existes.

Desde lejos no vuelo,
ni caigo.
Desde lejos no vuelo.

El arquitecto ideo el plan a dedo
Y espero que el universo no se equivoque,
que no se pierda el equivocado,
ni la piedra caiga en otro mar
perdida y lejos de nadie.

Espero no bajar al infierno.
No quedar dentro del noveno círculo,
ni tener que ascender a tu cielo.
Espero que al menos estas letras
sean mi guía.

En mi vida la selva oscura de tu cabello.
En mi vida el cabello en mi noche oscura.
En mi oscura noche tú cabello.
En mi cabello tu oscura noche.
En mi noche tus largos días.

Beatrice, amada, en mi vida no hay tiempo.
En mi vida las preguntas rompen las respuestas
y tus llamas calman mi sed.
Las largas jornadas caminan descalzas
y eso que las aves no corren.

Los señores y las señoritas pasaron de moda,
el alma se cambio de alcoba,
las nubes pasan de sombrero,
los puertos grises mantienen la sombra,
mantienes la sombra de los puertos grises

¿De dónde se parte para partirme en dos?
De donde se llora no hay dos, solo tu.
Yo soledad, yo inferno, yo pasará.
Éramos sin ser, y éramos perfectos
Éramos sin ser y aun así éramos

Y jugamos a las espadas, a los adultos y a las princesas
pero yo no tengo espada para luchar por ti
y tu castillo es demasiado alto, princesa
tus paredes demasiado gruesas, y el caballo demasiado viejo
el grito al cielo ya no repta por mis venas

En mi vida, no hay princesas, ni estoy yo,
no estás tú ni el amor
No hay mar ni aves que se griten,
ni aves que discutan con el aire,
ni aire que pueda respirar.

Yo no estoy,
desde lejos no vuelo.
Yo no soy.

Tú no estas,
desde lejos no te veo en tu ventana.
Tú no estas.

Nosotros ( )
Nosotros nada
Nosotros ( )

Yo no río a las estrellas hablándole al cielo
para que el suelo me destroce los pies.
Y el camino no ande bajo el mar,
o el universo se pare y no cumpla sus promesas,
o la noche me llene tanto que me haga olvidar,
olvidar que se pueda olvidar de algo.

No hay cara o cruz en mis monedas,
Ni tiempo, ni mar, ni aves,
ni mi inmensa soledad que me dejó solo.
La realidad es creada por arquitectos,
medicamentos y arsénicos.

El agua que ya no cae para compadecer,
sino para golpear.
Y el aire ya no para de correr,
para enseñarme a soplar

El cielo, bajo la purgación, bajo el inferno
Bajo los montes, tus mirada y Atila
Bajo el mar y la hierba y el salón.

El reflejo del balcón en ultramar
Un caballo, hartado de correr

Ahora, no deja de llover.


domingo, 18 de octubre de 2009

El sueño que jamás te conté.



Un gramófono. Un gramófono cantaba en la esquina más alejada de la sala. Pues solo era una sala el lugar que habitábamos, solo una sala. El aire transportaba la melodía que narraba en susurros el viejo aparato. Nada la refrenaba, pues la sala estaba vacía. Cuatro grandes ventanales le daban una luz grisácea al lugar. Una luz fría, apagada, proveniente del cielo sepia que coronaba el mundo al otro lado. Y el cantar de los vientos alborotados del exterior no nos separaba ni por un segundo. Marcábamos dulcemente los pasos. Un, dos. Vuelta. Atrás. Adelante. Sonrisa. En la sala, retumbaba el eco de nuestras pisadas. Sólo un plato alborotaba la linealidad del suelo. Un plato que contenía las migas del bocadillo que la noche anterior habíamos utilizado para sobrevivir. El resto, lo ponía el amor. Tú, con tu camisa rosa y los vaqueros desgastados me dabas la vida. Yo, camisa y pantalón de traje. Ambos descalzos. Y los pisotones, las risas y el suspiro de nuestras miradas se entremezclaban con las notas del viejo gramófono. Bailábamos, bailábamos desde que las nubes habían tapado el sol la tarde anterior. Y no parábamos de bailar, sonreír, despacio, al compás. Mi mano izquierda y tu derecha se fundían en el aire. Los círculos eran dibujados por nuestros pies en el parqué desgastado. Nuestras caderas se estrechaban por la presión de nuestras manos. Y dibujábamos círculos, y sonreíamos, y no moríamos de hambre, y moríamos de amor. Afuera el mundo se estremecía. Afuera el mundo moría. Los edificios que alcanzábamos a divisar por la ventana caían arrasados por el fuego y las explosiones. Pero tú y yo, con el eco de nuestros pasos, seguíamos riendo, juntos. El sonido de los aviones casi no lo percibíamos. Estábamos tan alejados de ese mundo que caía… Estábamos, por fin, en esa sala. Estábamos, por fin, danzando, tras las ventanas de nuestro mundo. Y nada importaba. El amor que nos había hecho morir, no había muerto. Las ruinas se adivinaban en la lejanía. Parecía que nuestra sala era la única que todavía no había caído. Y nosotros no nos fijábamos en nada más que en nuestras miradas. Te veía tan linda, disfrutando de cada tropiezo, desnudando cada nuevo pasó a la manera delicada que solo tú sabes. Y tú eres la única. Nunca había podido sentir tu largo cabello tan cerca de mis manos. Y ahora tú eras la que las guiaba hacía él. Yo te respiraba, para seguir viviendo. Afuera, todo era pasto del olvido, del fuego, de la desolación. Nos quedaba poco. Todavía no te había besado. En ningún momento. No sabía como hacerlo. Debía ser tan grande como la energía que nos había llevado a danzar en un piso tan alejado de nuestra imaginación. Y no sabía como hacerlo. Debía ser tan fácil y tan difícil. Tú eras. Simplemente. Y yo cerraba los ojos para sentir tu camisa rosa y tus pantalones vaqueros desgastados. La vida se fundía en nuestras manos, y nosotros fundíamos las manos. El tocadiscos llegaba a sus últimos segundos. La primera cristalera reventó, la más alejada de nuestra posición. Llovían los cristales como llovía el agua fuera. Y todavía no te había besado. Pero estaba contigo. El mundo moría. Yo te miraba, y te veía sonreírme, por fin. Y todo se moría. Nuestros pies descalzos no sentían los clavos de vidrio por el suelo. La música todavía los ahogaba. Pero el viento helado entró en la habitación, haciéndonos cerrar los balcones de nuestros ojos, para acercarnos todavía más, hasta ser uno, danzando, pegados, las últimas notas de la sonata. Tú. Yo. Nosotros. Y no sé ni cuando. Ni porqué. Ni porqué coincidió. Pero te besé. Te besé por primera vez, mientras la lagrimas inundaban nuestras mejillas, cuando la segunda explosión que nos visitaba se lo llevó todo con ella, todo.