...el detalle, el suspiro...

domingo, 14 de marzo de 2010

Canto VII



Ante los pájaros cantan unas velas sobre una muralla,
altos son sus muros y rojas sus miradas,
mientras, carroña en fuego lento se consume por su cima,
son locos los guardias que no aguantan las palabras.

Realmente no hay nada más lento que el camino,
que sube y sube por senderos que se desconocen.
Realmente no hay nada más hermoso que el camino,
y los llantos de sus pájaros que traspasan todas las batallas.

¡Despiérteme alguien del otro lado!
¿Hay alguien ahí?
¿Quién sabe cómo andan los pasos?, ¿Quien salta estos muros?,
Mientras, a lo lejos, me llama una estatua de oro
enfrentada eternamente a las puertas de un cielo escondido.

Hay luces negras y linternas que todo lo apagan a mi lado,
y por ello no consigo ver nada en la lejanía, sólo las manos.
Tampoco veo mi rostro ni las alas a mi espalda,
no veo el muro, solo las velas que lo coronan con luz marchita.

Frente a mi un estallido de fuerzas eternas y rostros de nada,
rostros de nada que acicalan el aire y embriagan el tiempo,
aunque realmente nada puedan hacer, ni yo podré escuchar, ni clamar.
Realmente la hierba mojada apesta pero el sendero es sumamente hermoso.

¿Veo murallas? ¿Límites de piedra?
¡Decid que no habitantes de la ciudad sin nombre!
¡Vengo desde lejos tras muros de fuego y la piedra ahora me impide el paso!
¿Dónde el alma y el corazón roto que salta la vida?

¡Oh, vida que me traes tan lejos!,
¡Oh, pájaros!, ¡Oh, velas de fuego!,
Quemad la cera de mis alas e impedir el vuelo
que yo solo no sé entrar.

Aguanta las palabras portero y no esquives la mirada,
huidiza la estatua de oro que el páramo señala,
sin señalar el camino correcto,
enviándome de vuelta, lejos de nada.

Ante los pájaros cantan las velas sobre la muralla,
altos son sus muros y rojas sus miradas,
carroña en fuego lento se consume por su cima,
locos los guardias que no aguantan las palabras.

Habladme de la noche viejos caducos,
habladme de la vida recién nacidos,
habladme del amor perros vigía,
habladme del alma velas endebles.

Escucho el oro, pero he de sucumbir,
destrozado ante un muro eterno,
ante ciudad que no comprendo,
ante céfiros advenidos de otros páramos.

Yo escribí paisajes de todas las endes,
arranqué la sustancia misma de los ríos,
agarré fuerte ante la lluvia mi sobrero,
y ante esto tan sólo me siento desnudo, lejano,
lejano, como el ave del edén.

Escucho el oro, pero he de sucumbir,
dejando un cuerpo negro, desnudo y muerto,
bajo las velas de mi entierro,
que me cercan sin pedirme razones,

¿Cuándo será el juicio que castigue mis actos?
Decidme cuándo, o dónde, y marcharé rápido hacia allí,
porque necesité los troncos de un árbol, para sobrevivir en el frío
pero no supe cortarlo, ni aún estando ante mí y suplicando que lo hiciera.

¿Más castigo puede haber que el arrepentimiento eterno?
Si yo ahora me encuentro vació y cansado,
ante velas que funerariamente alumbran mi camino,
después de haber andado todos los senderos,

¿Más castigo?
Quizás no, y por ello
¡Oh, ciudad déjame lejos de tu seno,
aléjame de tus gentes y tu aroma
aléjame de mi alegría perenne!

Señálame y hazme contar cada ladrillo de tu muro,
déjame ver la fachada negra de en tu noche sombría,
ante las puertas del Edén hazme llorar como el primer hombre
y desear en este caso el haber mordido las manzanas doradas.

Haz, ¡oh, bendito muro!,
de la prisión onírica de mis sueños,
un castillo de humo en la corona del cielo,
un suspiro sin tiempo que desespere en derredor mío.

Me ves roto, y cansado,
lejos de tus puertas, y lejos de tus guardias,
Me ves roto y cansado,
viendo árboles que quedaron lejos y llamas
que ante mí preparan.

Aguarda solo unos siglos más,
aguarda solo unos siglos más,
esperando que rompa tu inefable rito,
esperando que rompa tu inefable rito.

Quisiera poder convertir el mío,
en un arquitecto, y crear plumas,
con que saltar mi pesada carga,
aun arriesgándome a la caída,
cuándo las velas derritan mi cera.

Pero es que es tan larga la senda,
tan hermoso el camino,
que aunque apeste la hierba
me hace volver a mirar atrás.

A él, a él le pido que conceda a mi sonrisa una última noche,
que me consiga acercar al comienzo de mis pasos,
y, arropado por el manto lloroso de las nubes del burgo,
navegue valiente por el río que desciende hasta su centro.

Descubrí pronto el barco en el que había viajado,
pronto vi en aquel momento el castigo de mi asesinato,
supe que la suerte me había dejado de lado,
y fue entonces cuando concebí un grito perfecto,
como el de la Tierra Madre al nacer.

Realmente no hay nada más lento que el camino,
que sube y sube por senderos desconocidos.
Realmente no hay nada más hermoso que el camino,
que ahora me deja paso, como el pájaro entre la batalla.

martes, 9 de marzo de 2010

Elegía a la experiencia.

Un canto de tierra seca que mueve los océanos,
debilita y devora teatros y a sus espectadores,
movido por la bruma.

Entonces es cuándo el sol nace y muestra el Símbolo,
como nunca antes nada podía haberlo desdibujado,
como contradicción absoluta.

Entonces es cuándo la noche toda lo invade,
y comienza el sueño, como rezo y canto,
y comienza el sueño, siempre nuevo,
siempre nuevo, como el mar y su espuma.