...el detalle, el suspiro...

jueves, 7 de mayo de 2009

Confesiones de una mujer Barbuda (Segunda y última parte)


Por cierto, en un encuentro con 50 compañías de circo al este de Francia conocí al amor de mi vida (no os preocupéis que no voy a empezar con pamplinas). Era un payasete mayor que yo, que siempre llevaba tirantes con corbata y camisetas de ong’s. Nunca salía sin su nariz pintada de rojo carmín, dándole ese tono tan especial a la vida. Tuvimos una hija. La llamamos Pipi, como la de la serie. La nariz (roja) era de su padre y las trenzas (pelirrojas) de su madre. En fin, una maravilla. Pero como todo viene, todo se va. Y la desgracia comenzó el momento exacto en el que una noche contando historias a la orilla de una hoguera mi barba comenzó a arder. No os preocupéis, nada serio. Solo ardieron las puntas (Voy a matar a los cuatro capullos que están en la barra) El día siguiente, ya con treinta y ocho años, anularon la función que teníamos en un barrio periférico a Lyon. Nos habíamos quedado sin el primer empleo, al que le sucedieron treinta y una cancelaciones más en los dos siguientes meses y siempre por la misma escusa: que si con la crisis no iba la gente, que si no podían permitírselo, que habían dejado de recibir subvenciones culturales, y un sinfín de injurias más. Definitivamente la compañía cerró. Los payasos, malabaristas, trapecistas, hombres gigantes, hombres cañón, enanos, enanas etc. se repartieron por toda Francia, llevando una sombra gris tras de sí, pus no hay nada mas triste que un payaso que no sonríe, ni que treinta soldados de circo sin esperanza. Mi payasete feliz, Pipi y yo nos trasladamos Saint-Omer, una ciudad al norte de París. Mi esposo (que ya no lo era porque nos casamos al estilo del circo, que un día os contaré) jamás renunció a su nariz, por lo que hasta el día de hoy está en paro. Mi hija tiene un buen grupo de amigos y amigas que no la desprecian (aunque siempre existan los cabrones de los niños mayores), está siguiendo los mismos pasos de su madre en cuanto a pelusilla del labio superior, pero es feliz, al igual que yo lo era. Y yo, trabajo en una carnicería, aunque no soporto ver a la pobre carne animal triturarse bajo mis dedos, ni los dedicados ojos de los conejos cuando me miran una vez muertos. Me he dado a la bebida. Si, ¿Qué pasa? ¿Una mujer barbuda no puede beber? Todas las noches vengo a este putrefacto bar y dejo el dinero de los estudios de mi hija aquí. Yo decido sobre ella. ¿Qué más te dará a ti lector anónimo? Quiero que se convierta en una payasa, pero no como su madre, si no en una payasa feliz, de algo grande, ¿el circo del sol por ejemplo? Ah bueno, que mas dará, mientras sea feliz. Llevo ya cincuenta euros gastados en whiskey. Voy a parar y a ver si meo. Le acabo de decir al camarero que si limpia los aseos con su mierda y no veas como se ha puesto. En fin. A quien le va a importar esto, la vida de un payaso triste. Ahora lo tirare y nadie sabrá nada. Seguiré siendo una barbuda rara y borracha que quiere que su hija sea feliz, pero que se gasta el dinero de los ahorros en whiskey. Si, esa soy yo. Buena descripción.

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