...el detalle, el suspiro...

martes, 5 de mayo de 2009

Capítulo 4

4

…acostumbrado a escapar de la realidad…
rebusco en la memoria el rincón donde perdí la razón…


Recuerdo con absoluta claridad el día que siguió a ese inefable sueño. Cumplí diecisiete tacos el dia anterior. Miles de escarabajos salieron de las piedras para recordarme lo viejo que me hacía, para ponerme rojitas las orejas mientras hacían intentos de entonar un hipócrita cumpleaños feliz al unísono, irradiando felicidad y miradas de alegrías por cada inocuo poro de su pálida piel ( ya se estaba yendo la negrez hawaiana del casi ofensivo sol veraniego, ese que muerde si te descuidas mientras tú, tumbado, buscas en la arena los caminos de esa larga carrera que te lleva hasta el mar, esa senda riada que baja desde las oligárgicas fuentes lava pies hasta las sinuosas y casi ascéticas olas a la orilla de un mar cada vez mayor, y cada vez menor, que intenta personificar a una lujuriosa diosa Fortuna, que, esta vez, a través de la marea, nos muestras con claridad los malnacidos ejes de su caprichosa rueda). Y digo hipócritas pues en el mas profundo rincón de su negro corazón ninguno se alegraba de mi veloz crecimiento (aunque era el normal, un año igual a trescientos sesenta y cinco días), sino mas bien maldecían y calumniaban al cada vez mas veloz y caduco tiempo, viéndome crecer, viéndose crecer a sí mismo, viendo que el tiempo pasaba, como pasan de rápido las cosas que no tienen mucho sentido, viendo en un destello su vida, mientras las vecinas del sexto piso de cinco vigilaban. Y yo, aunque si me alegraba superficialmente, jamás pude imaginarme cuanto podría llegar a odiarlo en la sombra, de odiar a esa goma que borraba cualquier tipo de guión que yo quisiera hacerme, todo lo mataba cuando caía en sus garras.
Desperté cansado por el inexorable sueño que cada noche me visitaba desde hacía tres días. Era tan real que todavía me parecía sentir el sudor frío y cálido aliento de esas noches estrelladas correr por mi nuca cada mañana al levantarme. Mi madre, por aquel entonces un ideal a seguir, la simbiosis de Atenea, Hera y Hestia en una sola persona, albergando en su seno el furor de Ares y Venus, siempre llegaba preocupada tras los cantos matinales a mi habitación mostrándome en un espejo mi pálida cara, sudorosa e iluminada por una luz que no se encontraba en mi habitación. Jamás pude encontrar el significado de estos momentos nirvánicos, ni soñé con encontrarlos, solo, inconscientemente, deseaba que se repitieran, esperando el momento de la noche con ansía, como el sabio de un libro, pues para mí estos sueños eran poemas relatados por mi Ello, poemas que me mostraban quien era, como era, y que hacía entre estos afanados árboles de ruido y vanas muchedumbres.
Evitaba las bebidas con altos índices de cafeína a partir de las 7 p.m., y así, pronto entrar en un estado de vigilia, esperando en vilo el advenimiento del mesías noctambulo. Recuerdo mi impaciencia la semana que tardó en volver. Mis noches eran relatos a la luz de una colilla de incienso, intentando vomitar mi alma en un pedazo de papel, intentando mostrar lo aprendido esas tres largas noches, dejando mi aliento junto a las ventanas de noviembre, albergando la esperanza de continuara la senda, ese camino que me hacía adentrarme en metafóricas y paradójicas verdades venideras, en esa vida que es mi sueño. Los miles de soldados alados que constituían el humo que danzaba por mi habitación daban un hambiente meditabundo, moviéndose al son de dulces canciones “zeppelinianas” que habrían mi corazón en un prepotente acorde dominante para luego llevarme al éxtasis al relajar en su primer grado menor. El dulce gorgoteo de palabras que mi pluma dejaba descansar sobre el regazo amarillento de mi libreta dejaba relajarse a una pequeña parte de mí, me hacía sentir realmente bien, era yo así, relatando esas líneas, y releyéndolas una vez finalizadas. Me veía en un papel, en una procesión de sílabas. Tan solo se desviaba mi atención al escuchar el aletear de una mosca que se habría adentrado en mi habitación, aventurera, pero demasiado osada, enviada por algún líder ultra-fanático-religioso para vigilar mi trabajo, por si pensaba más de la cuenta. Por donde vino se fue, y con ella las meditaciones metafísicas sobre su vida y su oficio, que me habían hecho adentrarme en tan absurdas reflexiones.

Ya el dia que hacia siete, comencé a olvidar el sueño, obcecado en mis narraciones nocturnas, sustituyendo un mundo de sueños por crear un sueño en el mundo, descubriéndome mas libre una vez que mi cuerpo sucumbía preso del cansancio. Creaba miles de mundos ilusorios en los que siempre había una persona que caminaba sola, despacio, entre las calles. Esta persona – que por cierto, utilizaba sombrero, como el personaje de una película que recientemente había visto – no era simplemente un viejo lobo solitario, si no que su actitud era más bien la personificación de la reflexión y el pensamiento. Nunca tuvo un nombre. Nunca caí en el error de bautizarlo. En estas ramificaciones perennes se creaban arboles con miles de casas, sonetos encabronados y liras estivales. Cantaban los gusanos mientras los pájaros los comían y, pensando lo bien, ¿no es esto la felicidad? Conocí a unos cuantos personajes en las horas que Eso me dejaba libres. Almorzaban todas las mañanas en el mismo bar de la esquina, siempre puntuales, siempre ahumados. Sus arrugados bocadillos se confundían entre el humo que campaba a sus anchas por el lugar. La barba porcina y la tez marchita describían una vida, si, simplemente una vida, ardua y de trabajo, acalorados por el mundanal ruido mientras la ciudad seguía creciendo, a su ritmo lento, pero siempre continuado, empujada por los esclavos de unos cuantos grandes faraones. Ellos, que siempre me miraban como si la envidia les corroyese, sonreían una vez acaba de mi instancia en su campo visual. Yo normalmente salía corriendo. Pero un día, estos respetables adorables misteriosos y habituales señores. Comenzaron a faltar. Los llevaba viendo unos cuantos meses pero ya no estaban allí. La barra, sola, no tenía con quien jugar, no tenía función sus pedregosos oídos, no había ninguna historia más que escuchar de aquellos tres hombres que tanto la alimentaron. Se notaba la tristeza baresca en su ausencia, aunque lo cierto es que éstos contribuían a ello, y eso era parte de su magnificencia. Los taburetes, aquejados, corrieron a sustituirlos, y ya jamás volví a verlos por allí. Tres historias de tres don nadie que nunca más serían escuchadas. Nunca más. Los oídos ciegos de los que no quieren palpar la realidad hacían hincapié en su miseria dejando, por lo que oí días después en la farfullera comida familiar dominguera, en la misma calle y podrida calle que los vio jugar cuando eran niños a tres mundanos, tres anónimos, que ya no podían alimentar a sus respectivos hijos. Esto fue cuando su respectivo faraón vio que el banco se estaba llevando su preciada corona. Recuerdo que esa noche los plasme en mis historias, eran tres encapuchados que se cruzaban a caballo en el camino de mi solitario lobo. Y esa fue la suma importancia que le día a este hecho aislado, no trascendió mas en mi inmadura cabeza diecisiete añera de por aquel entonces.

El domingo de ese día que hacia siete tras la ultima vez que soñé, y tras haber estado mas de cinco horas en la casa de mi abuela hablando tras la dicharasosa y farfullera comida dominguera, caí rendido sin mas demora en un profundo sueño físico y espiritual, en la cama símbolo del pecado, en la delicada y suave piel de el lecho que cada noche me absorbe el espíritu, para transportarme tras el espejo. Y eso exactamente fue lo que hizo, tras más de una semana, tras un cuaderno de papel reciclable, tras horas y horas en vela, tras ver correr ríos de tinta, tras ejércitos de letras, y justo después de haber visto cerrar las páginas de la Obra completa de RIMBAUD.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Quieres un consejo? Pon cosas más entretenidas e impactantes para la vista sino te va a seguir pasando lo mismo= 0 visitas. Mira por ejemplo emi blog recibo muchísimas visitas por tener una conclusión porque yo sinceramente te leo y te aseguro que se leer y no me dices nada. Es como si me contases un cuento.

Caótico Parisino dijo...

No quiero más visitas, no persigo la fama querido anónimo. Simplemente escribo de forma independiente de cualquier corriente, mi escritura es mi ser, por eso no me gustaria que un anónimo la calificara de esta o aquella manera. Gracias, no voy a seguir el sucio juego al que me pretendes llevar. Si no te gusta no me visites.

Un saludo

Caótico.