...el detalle, el suspiro...

jueves, 15 de octubre de 2009

Directamente, Ítaca



DESDE el primer momento en el que un ser humano se da un encontronazo con la isla de
los sueños, la isla del destino, la isla de la vida, Ítaca, nuestra alma y nuestra mente comienzan
a dar vueltas y vueltas, y nos preguntamos dónde puede estar, cómo encontrarla
y cómo poder habitarla. Al inicio del viaje diríamos que Ítaca es el lugar
que nos espera, la paz ansiada, nuestros sueños cumplidos, la residencia de la felicidad,
el encuentro con el amor, el paso hacia una vida plena en la que has cumplido tus
objetivos, la calma después de la tempestad, el lugar al que siempre queremos llegar. Resumiendo: el objetivo, el fin del camino. El fin del camino, el fin del camino, el fin del camino, se repite constantemente tu cabeza. Entonces vuelves a pararte a pensar y la temes, porque sabes que si la alcanzas, has llegado al final, que el viaje ha terminado. Entonces ya no quieres cruzarte pronto con ella, porque sabes que es el fin de tus sueños, y por lo tanto el fin tu libertad. Sabes que si te encuentras en ella ellos habrán quedado al otro lado del océano. Por lo que el miedo te hace quererla olvidar, te hace desestimarla.
La conviertes en un mero espejismo, una esperanza vacía, falsa, por la que luchas siempre en vano y por la que dejarás de luchar, pues la consideras una ilusión sin sentido que, una vez alcanzada, te encierra y te lleva a la muerte. Y la llamas muerte, no ya a la que todos estamos condenados -pues de esta queremos huir, y, por lo tanto, nunca emprenderíamos un camino consciente hasta ella-, sino una muerte peor, la de sentirte humano, es decir, la de tu libertad y tu derecho a soñar. Y no es que cuando la alcancemos no podamos seguir soñando, pero si esto fuera así, todavía no habríamos llegado a la auténtica Ítaca.

Estas últimas reflexiones me hacen detenerme en una frase: “no ya la muerte a la que todos estamos condenados -pues de esta queremos huir, y, por lo tanto, nunca emprenderíamos un camino consciente hasta ella”. Hacía Ítaca emprendemos un camino, sin Ítaca nunca emprenderíamos ese camino, sin Ítaca nunca hubiéramos creado un sueño, sin Ítaca nunca hubiéramos disfrutado nuestra libertad. Entonces es cuando no damos cuenta de que nuestras dos reflexiones anteriores no se anulan la una a la otra, si no que van de la mano. Ítaca es “inicio”, y por lo tanto ya es el sueño en sí, el sueño es sinónimo de Ítaca, pero Ítaca también es el fin por el que lo emprendemos, no se entiende sino como un destino al que queremos llegar. Ítaca es principio y fin. De lo que no nos damos cuenta es de que ese fin ya lo hemos alcanzado al emprender el camino, al alzar el ancla y hacernos a la mar. Ítaca, como destino, ya no importa si es alcanzada o no, pues una vez en la travesía
llegar a ella es lo de menos.


Sabemos que es la que nos ha hecho partir, que el viaje es Ítaca, que ya la hemos alcanzado.

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