...el detalle, el suspiro...

martes, 9 de junio de 2009

Cerrar los hojos (Anthony--) y ver el sol (--and the Jonhsons)

Cerrar los ojos para ver el sol. Apagar el viento y escuchar el dulce canto de una sirena. Abrir el corazón para volar.

Deambulan las notas somnolientas bajo el atardecer primaveral, y encuentran la voz. Encuentran el corazón, y es entonces cuando cobran vida y son susurradas al aire. Llaman tras el alma lo que suena en tus sentidos, apagando el ruido mundano, apagando los coches, los pasos, las gotas al caer y nos hacen mirar hacia arriba, al cielo. Y de repente, naciendo en un piano, miramos valientes al cielo, sin miedo, sin sombras. Y queremos ser pájaros, eso es lo que tanto ansíanos, volar, danzar con el humo de los rotos corazones, tocar las manos desesperadas de un preso, para luego mirar por encima de unas gafas los exasperados corazones hundidos en sus océanos de dudas, y hacer que nazcan, lanzarlos al vacío y susurrarles pausadamente que no tengan miedo. Buscar la libertad en un barco ya hundido, sacarla a flote sin contemplaciones. Llanto interno, contribución al inmenso mar, a nuestro propio mar, ese que queremos secar. Y no encontrar más que el aire atrapado bajo las gotas de fuego, y querer ser, por fin, un pájaro, y volar.

Traspasar las barreras morales que ataban la homosexualidad y conseguir llevarla a la universalidad haciendo que el problema de unos se convierta en algo con lo que todos podríamos sentirnos identificados en aspectos generales es lo que este grupo de Nueva York ha conseguido con lo sublime de su música, transportándonos a una catarsis espiritual en la que el cielo y el infierno se transforman en poesía entremezclada con un suave “pop de cámara” que nos adentra en su temática personal acercándonos al blues y al soul mas intimístas .

Sentido en nuestros sentidos nos ofreció un tal señor, de melena y aspecto cerrado, con un oscuro cabello y piel de color nevado, lagrimas de pianos extraviados en un rincón, salidas a la luz y venidas al color. Y encontrar la armonía, para no ver tan oscura la luna bajo un cielo que, tras un dulce gorgoteo de palabras, crea un diluvio en nuestro interior. Sí, un diluvio que transcribe algo, que nos hacer escuchar unos versos soñados por las plumas de las alas libertarias. Y así decían esos versos:

I am a bird girl now
I've got my heart
Here in my hands now
I've been searching
For my wings some time
I'm gonna be born
Into soon the sky
'Cause I'm a bird girl
And the bird girls go to heaven
I'm a bird girl
And the bird girls can fly
Bird girls can fly

La personalidad la puso la sirena, Anthony Hagerty, la voz y el piano, cuando de repente surgió todo lo demás tras un performance neoyorquino. Y llovió la magia y surgió la brisa, y el aire trasladó el cálido himno a través de la tierra. El problema de su sentir transexual en una sociedad homófoga desde la cuna no supuso obstáculos, pues la majestuosa calidad de su música incita desde el inconsciente a saltarlos, y la convierte en algo mas allá, en algo universal, algo que traspasa los inconvenientes materialistas de un mundo opaco contra las minorías. Y les da una categoría universal.

Llegar al cielo, tras pasar las cortinas de nubes. Sí, cerrar los ojos y ver el sol. The Johnson eran el cuerpo, el alma una voz, Anthony, la sirena, capaz de sobrepasar unas barreras ficticias de realidades atroces, y atroces materiales. Oprimidos arbitrarios y oprimidos que gritan susurros de paz. Y llegan, y se desplazan con las nubes, y justo en el momento del forzoso aterrizaje, traen la lejana paz de su transporte. El olvido de lo vano, y el encuentro con el mundo. El encuentro con la vida. Y tras unas míseras canciones recordar que ahí algo siempre por lo que buscarte a ti mismo. Y tras unas míseras canciones dotarte de alas, y soplar contra los vientos. Y tras estas míseras canciones querer recuperar la vieja capa de quimeras y quejidos, y sin embargo nunca más poder. Y no querer morir sin encontrar un sentido al dulce llanto, tras la larga melodía que esconde una negra melena, tras el viejo disco de un armario que llama al amor sin barreras, a ese que llama al miedo a tener miedo a algo, y a volver repetir en la inmensidad del espacio ese himno que destierra a la noche y abre el corazón para volar, hay se encuentra el andrógino muchacho.

Cuando los violines y el bajo y la guitarra y las percusiones y el piano sonaron se abrieron las vendas, y la humanidad escuchó. Tras miles de luchas y miles de injerencias, tras frenéticos atropellos y miles de afrentas, tras gritar soy mujer y que nadie lo entienda, cuando tras querer unas alas y pintarlas al viento, llegó un momento en que algo cambio. Y ahora, mayoritariamente se aceptan. Por fin la razón pudo al estupor y el color de las divas alcanzó el corazón. Se abrieron las puertas pero aún queda largo camino por recorrer en lo ajeno de la noche, pues todavía existen retos y tabús que, como narran sus coros, aun quedan por vencer, y esto, con su música, traspasa la piel y nos conmueve a todos.

Cuando uno sean todos y todos sean uno al otro lado de la valla que atrapa al viejo mar, en el efímero instante tras el cual escuchamos la llave de nuestras fronteras, un poco más arriba del infierno. Poniendo melodías a mis letras, escuchando la banda sonora de la desdicha y el amor, escuchando Anthony and the Johnsons, no quise decir nada, y sin embargo ya lo he dicho todo.


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