...el detalle, el suspiro...
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martes, 5 de mayo de 2009

Capítulo 4

4

…acostumbrado a escapar de la realidad…
rebusco en la memoria el rincón donde perdí la razón…


Recuerdo con absoluta claridad el día que siguió a ese inefable sueño. Cumplí diecisiete tacos el dia anterior. Miles de escarabajos salieron de las piedras para recordarme lo viejo que me hacía, para ponerme rojitas las orejas mientras hacían intentos de entonar un hipócrita cumpleaños feliz al unísono, irradiando felicidad y miradas de alegrías por cada inocuo poro de su pálida piel ( ya se estaba yendo la negrez hawaiana del casi ofensivo sol veraniego, ese que muerde si te descuidas mientras tú, tumbado, buscas en la arena los caminos de esa larga carrera que te lleva hasta el mar, esa senda riada que baja desde las oligárgicas fuentes lava pies hasta las sinuosas y casi ascéticas olas a la orilla de un mar cada vez mayor, y cada vez menor, que intenta personificar a una lujuriosa diosa Fortuna, que, esta vez, a través de la marea, nos muestras con claridad los malnacidos ejes de su caprichosa rueda). Y digo hipócritas pues en el mas profundo rincón de su negro corazón ninguno se alegraba de mi veloz crecimiento (aunque era el normal, un año igual a trescientos sesenta y cinco días), sino mas bien maldecían y calumniaban al cada vez mas veloz y caduco tiempo, viéndome crecer, viéndose crecer a sí mismo, viendo que el tiempo pasaba, como pasan de rápido las cosas que no tienen mucho sentido, viendo en un destello su vida, mientras las vecinas del sexto piso de cinco vigilaban. Y yo, aunque si me alegraba superficialmente, jamás pude imaginarme cuanto podría llegar a odiarlo en la sombra, de odiar a esa goma que borraba cualquier tipo de guión que yo quisiera hacerme, todo lo mataba cuando caía en sus garras.
Desperté cansado por el inexorable sueño que cada noche me visitaba desde hacía tres días. Era tan real que todavía me parecía sentir el sudor frío y cálido aliento de esas noches estrelladas correr por mi nuca cada mañana al levantarme. Mi madre, por aquel entonces un ideal a seguir, la simbiosis de Atenea, Hera y Hestia en una sola persona, albergando en su seno el furor de Ares y Venus, siempre llegaba preocupada tras los cantos matinales a mi habitación mostrándome en un espejo mi pálida cara, sudorosa e iluminada por una luz que no se encontraba en mi habitación. Jamás pude encontrar el significado de estos momentos nirvánicos, ni soñé con encontrarlos, solo, inconscientemente, deseaba que se repitieran, esperando el momento de la noche con ansía, como el sabio de un libro, pues para mí estos sueños eran poemas relatados por mi Ello, poemas que me mostraban quien era, como era, y que hacía entre estos afanados árboles de ruido y vanas muchedumbres.
Evitaba las bebidas con altos índices de cafeína a partir de las 7 p.m., y así, pronto entrar en un estado de vigilia, esperando en vilo el advenimiento del mesías noctambulo. Recuerdo mi impaciencia la semana que tardó en volver. Mis noches eran relatos a la luz de una colilla de incienso, intentando vomitar mi alma en un pedazo de papel, intentando mostrar lo aprendido esas tres largas noches, dejando mi aliento junto a las ventanas de noviembre, albergando la esperanza de continuara la senda, ese camino que me hacía adentrarme en metafóricas y paradójicas verdades venideras, en esa vida que es mi sueño. Los miles de soldados alados que constituían el humo que danzaba por mi habitación daban un hambiente meditabundo, moviéndose al son de dulces canciones “zeppelinianas” que habrían mi corazón en un prepotente acorde dominante para luego llevarme al éxtasis al relajar en su primer grado menor. El dulce gorgoteo de palabras que mi pluma dejaba descansar sobre el regazo amarillento de mi libreta dejaba relajarse a una pequeña parte de mí, me hacía sentir realmente bien, era yo así, relatando esas líneas, y releyéndolas una vez finalizadas. Me veía en un papel, en una procesión de sílabas. Tan solo se desviaba mi atención al escuchar el aletear de una mosca que se habría adentrado en mi habitación, aventurera, pero demasiado osada, enviada por algún líder ultra-fanático-religioso para vigilar mi trabajo, por si pensaba más de la cuenta. Por donde vino se fue, y con ella las meditaciones metafísicas sobre su vida y su oficio, que me habían hecho adentrarme en tan absurdas reflexiones.

Ya el dia que hacia siete, comencé a olvidar el sueño, obcecado en mis narraciones nocturnas, sustituyendo un mundo de sueños por crear un sueño en el mundo, descubriéndome mas libre una vez que mi cuerpo sucumbía preso del cansancio. Creaba miles de mundos ilusorios en los que siempre había una persona que caminaba sola, despacio, entre las calles. Esta persona – que por cierto, utilizaba sombrero, como el personaje de una película que recientemente había visto – no era simplemente un viejo lobo solitario, si no que su actitud era más bien la personificación de la reflexión y el pensamiento. Nunca tuvo un nombre. Nunca caí en el error de bautizarlo. En estas ramificaciones perennes se creaban arboles con miles de casas, sonetos encabronados y liras estivales. Cantaban los gusanos mientras los pájaros los comían y, pensando lo bien, ¿no es esto la felicidad? Conocí a unos cuantos personajes en las horas que Eso me dejaba libres. Almorzaban todas las mañanas en el mismo bar de la esquina, siempre puntuales, siempre ahumados. Sus arrugados bocadillos se confundían entre el humo que campaba a sus anchas por el lugar. La barba porcina y la tez marchita describían una vida, si, simplemente una vida, ardua y de trabajo, acalorados por el mundanal ruido mientras la ciudad seguía creciendo, a su ritmo lento, pero siempre continuado, empujada por los esclavos de unos cuantos grandes faraones. Ellos, que siempre me miraban como si la envidia les corroyese, sonreían una vez acaba de mi instancia en su campo visual. Yo normalmente salía corriendo. Pero un día, estos respetables adorables misteriosos y habituales señores. Comenzaron a faltar. Los llevaba viendo unos cuantos meses pero ya no estaban allí. La barra, sola, no tenía con quien jugar, no tenía función sus pedregosos oídos, no había ninguna historia más que escuchar de aquellos tres hombres que tanto la alimentaron. Se notaba la tristeza baresca en su ausencia, aunque lo cierto es que éstos contribuían a ello, y eso era parte de su magnificencia. Los taburetes, aquejados, corrieron a sustituirlos, y ya jamás volví a verlos por allí. Tres historias de tres don nadie que nunca más serían escuchadas. Nunca más. Los oídos ciegos de los que no quieren palpar la realidad hacían hincapié en su miseria dejando, por lo que oí días después en la farfullera comida familiar dominguera, en la misma calle y podrida calle que los vio jugar cuando eran niños a tres mundanos, tres anónimos, que ya no podían alimentar a sus respectivos hijos. Esto fue cuando su respectivo faraón vio que el banco se estaba llevando su preciada corona. Recuerdo que esa noche los plasme en mis historias, eran tres encapuchados que se cruzaban a caballo en el camino de mi solitario lobo. Y esa fue la suma importancia que le día a este hecho aislado, no trascendió mas en mi inmadura cabeza diecisiete añera de por aquel entonces.

El domingo de ese día que hacia siete tras la ultima vez que soñé, y tras haber estado mas de cinco horas en la casa de mi abuela hablando tras la dicharasosa y farfullera comida dominguera, caí rendido sin mas demora en un profundo sueño físico y espiritual, en la cama símbolo del pecado, en la delicada y suave piel de el lecho que cada noche me absorbe el espíritu, para transportarme tras el espejo. Y eso exactamente fue lo que hizo, tras más de una semana, tras un cuaderno de papel reciclable, tras horas y horas en vela, tras ver correr ríos de tinta, tras ejércitos de letras, y justo después de haber visto cerrar las páginas de la Obra completa de RIMBAUD.

viernes, 20 de febrero de 2009

Capitulo3

3

…ataremos bandadas de gorriones a nuestras muñecas huiremos lejos de aquí…

Despertaba en medio de un inmenso mar. Era de noche y hacia muchísimo frio. Todo a mí alrededor era agua y oscuridad. Gotas oscuras debajo de la luna. Sentí miedo: miraba a todos lados y solo veía más agua y más oscuridad. Un leve susurro de viento acaricio mi espalda desnuda, poniéndome los pelos como escarpias en medio de una piel que parecía un flan. Hasta entonces no me había parado a descubrir que únicamente yo estaba allí, que la luna hacia brillar mi pelo corto de color avellana y que el océano de mi alrededor hacia que me sintiera temeroso, pequeño e indefenso. Mire al cielo inspeccionándolo todo, esperando descubrir algo mas aparte de mí ser y de la ligera brisa que había a mí alrededor. Hacía que sintiese la soledad. Era raro, nunca me había sentido tan solo en la vida. El reflejo de la luna me invitaba a pensar que había más seres moviéndose debajo de su luz, debajo de las grandes ondas que danzaban en la mar. Pero no, todo era producto de mi imaginación.
-Maldita cabeza mía –dije con una voz que no reconocía propia, mucho más gélida, mucho más aguda, mientras me daba un suave golpe en la cabeza, como había visto hacer a mi padre solo unos días atrás, cuando leía una factura de la luz. Creo que incluso solo la oí en mi cabeza, que por más que las articulara no emitía sonido alguno.
Me encontraba allí, sentado sobre una pequeña roca en medio del océano, con aquel pijama de rayas verde claro verde oscuro que tanto le gustaba a mi madre, con unos calcetines roídos que había cosido mi abuela las pasadas navidades, y una sensación de vacío y solidad como nunca antes había sentido en mis cinco años de edad. Nunca antes.

Y entonces lo vi. Un gran faro pintado de la misma manera que mi pijama se alzaba en lo alto gobernándolo todo, como un gigante a la espera, como un gran molino desafiante. Su luz, al pasar, iluminaba mi rostro y me cegaba durante unos instantes. Parecía la esperanza reflejada en un gran foco dentro de la más oscura de las noches, a la espera de algún joven ingenuo que al pasar por allí se dispusiera a alcanzarla. Era cilíndrico e iba adelgazando conforme iba subiendo en altura, hasta quedar con un diámetro de unos cinco metros, desde los veinte iníciales. Se levantaba directamente desde el mar, erguido como un guerrero la espera de su enemigo, o como un padre a la espera de un hijo perdido que vuelve a casa. Estaba rodeado completamente por una escalera en forma de espiral negra que llegaba hasta el final del cilindro, donde una especie de esfera perfecta giraba sobre si misma albergando en su interior el faro, que iluminaba todo lo que alcanzaba a su vista, como un gran ojo observador, un guardián de aquel inmenso lago perdido en el tiempo y en la realidad, aparecido por obra de miles de personas que en su subconsciente lo habían ido fabricando, poco a poco, a lo largo de las generaciones, como una respuesta a la búsqueda de un sitio para evadirse, de una ciudad perdida donde pudieran reposar y , sobre todo, pensar, pensar en sí mismos, por una vez.

No le podía quitar ojo de encima, al contrario que el, que si me había pasado de largo y había continuado su eterna búsqueda de personas que deseaban encontrar puerto.
-¡¡Sií!! ¡ESO ES! ¡Debe de ser un puerto!- dije un poco esperanzado, creyendo que la luz del faro había conseguido hacer su debido efecto sobre mí.

Pero la segunda ves qque el faro poso su luz sobre mí esta no continuo. Me cegaba tanto que tuve que llevarme las manos a la cara y cerrar los ojos para que no me hiciera daño, pero esta luz ardía, ardía como el fuego y comenzó a producirme dolor en la piel. No sabía lo que hacer, sentía que me observaba, como si fuera un intruso. Me tire al suelo y me encogí sobre mismo, aterrado, sintiendo si todo el mundo me observara y esperara un movimiento mío para acusarme, y yo, creyendo que si no los veía, ellos tampoco me verían a mí. Cada vez dolía mas, no me dejaba moverme, apretaba mis dedos sobre mi piel tanto que creía que comenzaban a salir unas pequeñas gotitas de sangre sobre mi incolora superficie. Quemaba, quemaba tanto, que por un momento pensé que no podría salir de aquello nunca. Sentía como si mis pestañas comenzaran a prender, la luz a mi alrededor hacia que pareciese que estaba en el mismísimo infierno, aunque yo, en todo momento me mantuviese con los ojos cerrados. Sentía como mi estomago se encogía, como en mi pijama comenzaban a aparecer diminutos agujeros hechos como si miles de diminutas colillas me atacasen sin darme lugar a tregua. Fuego, todo ardía, todo prendía, todo quemaba.

Silencio.

De repente todo paró. El faro se apago. La luz se extinguió. Mi vi inmerso en la oscuridad de un lugar que apenas había tenido cinco minutos para descubrir, que el tiempo, lanzándome una sucia jugarreta, postro durante un corto periodo de tiempo a mis ojos, y ahora, acariciándose las manos por ver mi desosiego, acongojo y frustración , posaba una sonrisa triunfal, viendo lo magnifico que había salido el plan que durante siglos había trazado, que durante milenios maquinó para que un joven ingenuo, simplon y poco avispado como yo cayera en la trampa mortal que estaba juzgando a mi azar. Tan solo sabía ciertamente que no tenia escapatoria, que hiciese lo que hiciese no podría huir de la pequeña isla sin palmera que forjaba mi prisión natural, mi pequeño, sencillo y a la vez aterrador Alcatraz. La celda de castigo de miles de monjes que, siendo juzgados por sus pecados, habían tenido que conjeturar oraciones e inventarse salmos para miles de dioses, que siendo de todos y de nadie, les impusieron penitencia por adorar a uno y a otro, y ,si no, al de mas allá. Sujetando fuertemente mis barrotes de arena, presionaba fuertemente mi espesa mente para que encontrara una solución a lo que poco a poco se iba albergando en mi mente: miedo, desesperanza…locura.

-Tengo que ser fuerte- me repetía una y otra vez, intentando engañarme a mi mismo.- ¡¡¿¿Qué hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago, que hago??!!

Me tiré en la arena y decidí esperar un final a aquella agonía. Miraba muy fijamente al cielo, aunque, por supuesto, sin divisar ni un atisbo de luz ni de forma, ni de materia ni de pensamiento, de rebeldía o de sabor, de olor o de dolor. Solo se escuchaba la brisa. Me empezaba a cansar, me comenzaba a parecer un poco estresante todo aquello. Sinceramente, aquello no se lo deseaba a nadie, me parecía el mayor de los genocidios para el pensamiento humano, la mayor de las tormentas para la moral en formación.
­-Joder, joder, joder, joder, joder, jooooder…- sentía como las orejas comenzaban a ponerse coloradas, como cada vez que no podía salirme con la mía, y de impotencia reventaba, y de repente chillé- ¡¡ESTOY COMENZANDO A HARTARME DE TODO ESTO!!

Pareció que como respuesta a mi salmo injurioso el mismo cielo se despertara, que la luna huyó hacia otro lugar tan prostituta como siempre, y en su lugar apareció un sol caribeño que despojo de su trono al faro, quitándole toda la siniestralidad al lugar, alegrándome un poco mi instancia en aquel lugar. Tembló la tierra, el mar se retiro, se creó un gran abismo entre mi y la fortaleza del faro, un abismo en el cual se descubría todo lo antes oculto por las olas. Un gran laberinto bajo mis pies, como si estuviera en la azotea de mi edificio, en la quinta planta, observaba el pintoresco suceso. Mientras el sol corría por encima de mí, las horas pasaban cual conejo a la carrera. Las nubes se movían aun mas rápido, huyendo. La elipse del sol, de este a oeste cada vez, estaba más clara, corriendo, hasta que el dia pasó en cuestión de unos cinco minutos, y a este le sucedió la noche, que huyo al igual al cabo de cinco minutos, mandándome la luna unos besillos con cara de guasa. Riéndose de mí los elementos. Y así se sucedieron las horas, viendo como se revolucionaba aquello tan temeroso, tan escurridizo, tan chivato como era el tiempo, mirándolo de frente y jugando conmigo en mi mente, ganándome todas las partidas. Descubrí algo a mi vera. Hasta entonces no me había dado cuenta de lo que estaba escondido a mi lado, justo a mis pies, colgando de la torre en la que se había convertido mi islita.

Era un camino, sin duda. Pero había un problema, que no sabía muy bien cómo solucionar. Me metía directamente a la boca del laberinto, y aunque este me llevaba al lado en el que se encontraba el faro, tendría que atravesarlo, cosa ardua para mi pequeñita mente.

-¿Que hago, si no tengo veleta que me guie?

Y allí sentado pasaban las horas pensando. Mientras los factores climáticos seguían jugando conmigo, lloviendo, nevando, haciendo calor ecuatorial… pasando los días y las noches a la velocidad de una ducha, mostrándome lo importante y efímero que era…

Yo seguía, cuando me lo permitían las nubes, observando mí alrededor. La escalera era de cuerda, con tablones de una madera bastante clara. El laberinto recordaba a los antiguos griegos, con paredes en piedra gruesa, infranqueables. Por las noches se me antojaba ver una pequeña lucecilla a lo lejos, dentro del laberinto. Era extraña, ni temerosa ni esperanzadora, pero extraña.
La séptima noche era ya. Me daba tanto miedo adentrarme en el laberinto que todavía no me lo había ni planteado. Cuando la luna se hallaba en su punto de máxima iluminación, completamente llena, las nubes volvieron a su velocidad normal, después de siete días y siete noches el tiempo se realentizó, parecía que me intentaba dar tregua. Todo paro, se adormeció el tiempo y sus juegos, volvían a durar los minutos sesenta segundos, y las horas sesenta minutos. Pero ahora la sensación era atemorizadora. Otra vez como al principio, yo solo, cara a cara con la noche, con la oscuridad, con la luna. En lo alto de una torre de cinco pisos me enfrentaba conmigo mismo. Me ponían a prueba. Entonces el faro salió de su letargo, la luz se encendió, de espaldas a mí, pero encendida. Y comenzó a girar. Yo ya sabía de lo que era capaz, así que me escondí detrás de un pequeño castillo de arena, jugando con enfrentarme a ella, intentando resguardarme de su luz reveladora. Me metí en mi fuerte y cerré con llave. De espaldas a la realidad contemplaba el bonito y tranquilo océano, creyendo que nunca me encontrarían fuera, siendo feliz en mi ignorancia. Y aun así veía acercarse la luz, asquerosa y sucia luz que me haría mostrarme desnudo ante mi enemigo personificado en el tiempo de aquel orgiástico, lujurioso, a la vez que rencoroso y melancólico lugar.

Capitulo2

2
…la vida es galopar un camino empedrado de horas minutos y segundos…

¿Por qué ella lo ha podido conseguir al fin y yo no? ¿Que es lo que realmente tienen de diferente nuestras historias? nuestros caminos desde un primer momento dejaron de seguir una misma ruta, se deshicieron de ataduras en momentos diferentes, cual tuvo más éxito, salta a la vista. Cuando todo dejo de tener valor, cuando ya todo resbalaba sobre mi cada día más maltrecha piel, cuando conseguí que el tren pasara de largo mientras me quede mirando sentado en un banco desde la estación, cuando ya no lograba apreciar la luz del sol y los días me parecían de una pesadumbre y una pobre tristeza cada vez más espesa, me daba la sensación de solo ver una luz. No me daba la sensación, solo veía una luz. Esa luz engañaba cuanto más me acercaba, de cálida y limpia como prometía al principio, paso a tenue e incluso grisácea ahora que estoy en ella. Es más, ya no hay ni luz. Todo ha muerto a mí alrededor. Las flores se pudrían a mi paso, los pájaros ahogaban su dulce canto en las gargantas mientras protegían a sus crías cuando percibían mi desagradable halo, los niños temían mi mirada y atravesaban la calle antes de que yo pudiera cruzarme con ellos, las mujeres cubrían a sus bebes mientras bajaban las cabezas apartando sus inocentes ojos de mi vacía mirada, el aire se volvía pestilente cuando me rozaba si quiera, y mi sombra parecía tener miedo hasta de mi mismo. Ahora ya el barro está cubriendo lo que antes fueron unas virtuosas manos.

Ya el frio intenta apagar el último resquicio de vida que queda en mi cuerpo. A si esta mejor todo. No he dejado ninguna tarea pendiente en este vertedero que llamamos mundo, no he dejado una sola cosa sin estar en su sitio, he hecho todo lo que debía, lo único que se ha quedado en esta vida ha sido mi persona. El único problema de haber cumplido con todo, y de haber logrado que todo saliera bien, es que he dejado mi alma, mi corazón, mi cuerpo y mi mente en el camino. Los perdí lentamente, en este orden. Los he reventado poco a poco, atormentado y torturado minuto a minuto, haciéndolos caer sin piedad hasta que han muerto despacio, cruel y dolorosamente.

Y ahora me pregunto qué será de ella mientras yo danzo descalzo en esta ardiente hoguera. Me pregunto cómo habrá cambiado su vida después de aquel final inesperado que me convirtió a mí en polvo y a todo lo demás en luz, después de que yo me borrara del gran camino empedrado que tuvo que galopar día a día por tenerme en su vida, después de que por fin la paz pudiera llegar a su bronceada piel. ¿Seguiría la trayectoria que lleva a las nubes? Si, seguro que sí. Ella siempre supo que es lo que debía hacer, siempre supo, aunque no lo dijera, que lo mejor era separarse de mi camino, una vez tras otra supo aconsejarme por el sendero que me llevaría a comprenderlo todo, pero yo nunca quise hacerle caso, me sentía ciego de rabia y dolor. Nuestro árbol nunca creció recto, desde un primer momento, y por más rachas de viento que nos visitaran, nuestro arbolito ni se inmuto. Nunca pude comprender que es lo que mi corazón debía hacer. La neblina del ambiente lo contagio desde aquella mañana de otoño…nada tenía sentido. Corazón que a veces todavía dudo de que llegase a existir, corazón marchito y roído por la desgracia que una vez llego a mis pies. Nunca hubo esa brújula que guiara mis pasos, nunca conseguí que una rama me indicara el camino, nunca tuve una estrella. El viento fue nuestro único aliado cuando vinieron las grandes nevadas, un pájaro marrón visito nuestro hogar cuando el sol aun brillaba reinando en lo alto del cielo. Volar, solo quise y quiero volar.

Seguramente en estos momentos guarde todavía un agrio sabor de esa larga etapa de su vida en la que yo me vi involucrado, o quizás simplemente ya haya recogido las fuerzas suficientes para olvidarlo todo y empezar de cero. No lo sé, sinceramente no lo sé. ¿Qué podría sentir? ¿Qué mal recuerdo tendrá? El que fue. Rabia. Dolor. Resentimiento. Añoranza. Otra vez rabia. Y otra vez dolor. ¿Esperanza? Siempre. Esperanza…que bonito sonaba entonces en sus labios, cuando todavía pensábamos con ilusión que todo pasaría de largo, que solo había que esperar. Otra historia de grandes esperanzas muerta en el intento. Y es que aunque me cueste recordarlo había días que todavía reíamos en la lumbre mientras tomábamos una buena copita de vino mientras leíamos aquellos poemas. Recuerdo uno, nuestro favorito…como decía…:

par les soirs bleus d’été,
j’irai dans les sentiers,
picoté par les blés, fauler
l’herbe menue:
réveur, j’en sentirai la
fraicheur a mes pieds.
je laisserai le vent
haignes ma tête nue

je ne parlarai pas, je ne
penserai rien:
mais l’amour infini me
montera dans l’áme,
et j’irai loin,bien loin,
comme un bohemien,
par la nature, heureux
comme avec une femme

Al recordar todo esto todavía me vuelve un poco de ilusión por vivir, por recobrar todo lo que perdí. Incluso creo que late mi corazón ya casi inerte. Más no. La fuerza vital ya ha abandonado mi cuerpo, ya ni puedo sentir felicidad ni dolor, ni ansiedad, ni inquietud, ni impotencia, ni tristeza, ni nada. Ya no puedo sentir nada. Perdí poco a poco los sentimientos. Los tuve que dejar tirados para poder arreglarlo todo, que todo volviera a su sitio y que al menos alguien pudiera vivir. Me sacrifique, pero hacia mí mismo, hacia mi persona, hacia todo mi ser. Tenía que hacerlo. Ahora muerto estoy.


LUZ LUZ LUZ LUZ

Luz, maldita sea la luz….

Capitulo1

1

… my spirit is criying for living, but he’ll buy
a stairway to heaven…

….y no podía dejar de observar aquella hoja en el barro. Se me nublaba la visión mientras veía pasar aquella insignificante hormiga sobre ella. Insignificante hormiga, repetí otra vez en mi mente. El cielo se desintegraba por momentos, gris como ceniza, mientras volvían a caer gotas de puro hierro sobre mi cada vez mas pálida mejilla. Sentado, veía como lo que antes era una laguna de lágrimas, se estaba sustituyendo por un elegante manto rojo, bajo lo que pronto sería mi cuerpo inerte. Volví a mirar a la hormiga, ahora decidida a superar el pequeño charco en que estaba metida. Qué lástima que yo no fuera como ella. Por un momento, se me pasó plantearme quien era más insignificante. ¿Hacia dónde iría ahora? Incluso mi destino era más incierto. Hice bien en dejar morir a un dios. Ahora ya nada se. Voy directo a la razón. Cuando ya nada me quedaba me limité a pensar en si algo valió la pena, en qué tipo de moral tendría mi vida, si me tendría que sumir en la derrota y la miseria, si yo sería más grandioso si me despegara de todo, si encontrara al director de esta patética obra de teatro, si encontrara un guión. He descubierto que no tenía razón, que no supe ni quise guiarme, que no tenía fuerzas para más. Fui cobarde. Ya la hormiga ha conseguido salir. Yo no quise salir de un pozo de oscuro rencor, quise aguardar allí para siempre, quise esperar el fin. Y ahora esperándolo estoy. El charco cada vez es más grande, ya la lluvia ha aguado mi propio sufrimiento. Ahora que mi final se acerca no se qué pensar. Bueno, en realidad la angustia casi no me está dejando lugar a la razón. Todavía me duele la herida en las muñecas. Mas ya no siento nada, ya lo he dejado todo atrás. He perdido el conocimiento y mi corazón acaba de dejar de latir. Creía que ahora lo vería todo más claro, me equivocaba, la oscuridad está haciendo que mis propias ideas ya no tengan sentido. La hormiga ha subido por mis dedos, se ha arrastrado sobre mi pecho y ahora se alza victoriosa sobre el párpado de mi ojo todavía abierto.